
Dos poemas cortos de José Emilio Pacheco
“Alta traición” (fragmento, de No me preguntes cómo pasa el tiempo)
No amo a mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques, desiertos,
y tres o cuatro ríos.
De Irás y no volverás
Todo es finito.
El amor, la esperanza,
la memoria,
hasta el dolor que parecía eterno.
Sólo la fugacidad permanece.
José Emilio Pacheco: el poeta de la memoria, la ironía y lo efímero
José Emilio Pacheco (1939 – 2014) es considerado una de las voces más lúcidas y esenciales de la poesía hispanoamericana contemporánea. Poeta, narrador, ensayista y traductor, cultivó una obra breve en extensión, pero intensa en profundidad. Su poesía, marcada por la sencillez expresiva, la ironía y la conciencia histórica, constituye una reflexión constante sobre la fugacidad del tiempo, la vulnerabilidad humana y el desencanto frente a las promesas incumplidas de la modernidad.
A diferencia de otros poetas de su generación, Pacheco se apartó de lo grandilocuente y lo solemne. Eligió el tono conversacional, la intimidad y la ironía como vías para comunicar lo inefable. En palabras de Octavio Paz, su obra representa “una poesía moral”, no porque predique, sino porque interpela la conciencia.
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Breve biografía literaria
José Emilio Pacheco nació en la Ciudad de México en 1939. Desde joven se vinculó a la literatura, colaborando en revistas y participando en movimientos culturales que buscaban renovar la tradición poética mexicana. Fue contemporáneo de autores como Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y Elena Poniatowska, con quienes compartió preocupaciones intelectuales y políticas.
A lo largo de su vida, ejerció como profesor en universidades de México, Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. También fue traductor prolífico: gracias a él llegaron al español autores como T. S. Eliot, Samuel Beckett y Ezra Pound. Su faceta de narrador se plasmó en obras como Las batallas en el desierto (1981), novela breve que se convirtió en un clásico de la narrativa mexicana del siglo XX.
En 2009 recibió el Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de las letras hispanas, consolidando su figura como poeta universal.
Estilo poético y temáticas centrales
1. La fugacidad del tiempo
En Pacheco, el tiempo no es un concepto abstracto, sino una herida abierta. Sus poemas insisten en la caducidad de todo: la infancia, la belleza, el amor, las ilusiones políticas y hasta la propia poesía. La nostalgia se mezcla con la ironía amarga de quien sabe que nada permanece.
2. La memoria y la historia
La memoria individual y la colectiva son ejes recurrentes. En No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Pacheco yuxtapone recuerdos íntimos con episodios históricos, mostrando cómo ambos se entrelazan en un mismo tejido frágil. Su mirada crítica hacia la historia de México desmitifica héroes y revela los mecanismos de la injusticia social.
3. La ironía y la autocrítica
Una de sus grandes aportaciones fue introducir un tono coloquial e irónico que desarma al lector. Pacheco cuestiona la solemnidad de la tradición poética y, al mismo tiempo, se burla de sí mismo. Esto le permitió acercar la poesía a lectores no especializados, sin sacrificar hondura.
4. La naturaleza y la destrucción
Su obra también refleja una preocupación ecológica temprana. En Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego(1966), la naturaleza aparece como un espacio sagrado y, a la vez, como víctima de la devastación humana. Anticipa con claridad temas que hoy son centrales en la poesía ambiental.
Obras poéticas esenciales
- Los elementos de la noche (1963): su primer libro, donde ya se perciben sus obsesiones por el tiempo y la fragilidad de la vida.
- El reposo del fuego (1966): exploración del lenguaje y la materia poética con fuerte impronta metafísica.
- No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969): considerada su obra maestra; reflexiona sobre la memoria, el paso del tiempo y la política.
- Irás y no volverás (1973): poemas breves, cargados de ironía, que dialogan con la tradición clásica y la poesía popular.
- Islas a la deriva (1976): más íntimo y melancólico, indaga en el desarraigo.
- Ciudad de la memoria (1989): poemas donde se cruzan la historia mexicana, la memoria personal y el desencanto.
- El silencio de la luna (1994): su libro más lírico, centrado en la contemplación y la pérdida.
La poética de la brevedad
Una de las singularidades de Pacheco fue la economía verbal. En lugar de vastos poemas narrativos, prefería versos cortos, a menudo aforísticos, que condensan un pensamiento en pocas líneas. Su poesía se acerca a la epigrama clásica, pero con un trasfondo moderno y crítico.
Esa brevedad también refleja su concepción de la poesía como fragmento: nunca una totalidad cerrada, sino un intento incompleto de decir lo indecible.
Pacheco y su lugar en la literatura mexicana
Si Octavio Paz representó la voz universal de México en el siglo XX, Pacheco encarnó la conciencia crítica y el testigo del desencanto. Su poesía dialoga con lo mejor de la tradición hispánica —de Quevedo a Machado—, pero con una perspectiva contemporánea que se acerca a la poesía norteamericana y al minimalismo japonés.
Además, su compromiso político, sin caer en panfletos, le permitió conectar con generaciones que vieron en su poesía un espejo del fracaso de los proyectos utópicos.
Legado
José Emilio Pacheco sigue siendo uno de los poetas más leídos en México y América Latina. Sus libros, breves y accesibles, han acompañado a estudiantes, lectores ocasionales y críticos especializados. Su voz se recuerda como la de un poeta que habló desde la humildad, la ironía y la conciencia de lo efímero.
Al final, Pacheco demostró que la poesía no necesita adornos barrocos ni oscuridades herméticas para ser profunda. Su grandeza radica en la sencillez: decir lo esencial con la claridad de una conversación.
La obra de José Emilio Pacheco es un recordatorio de nuestra fragilidad y de la necesidad de mirar críticamente nuestro tiempo. Su poesía es memoria, conciencia y resistencia. Con ella, Pacheco nos invita a asumir que todo pasa, pero que la palabra, aun en su fugacidad, deja huellas imborrables.