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Larry Clark: Miradas Crudas a la Juventud Olvidada

Larry Clark no retrata, desgarra. Sus imágenes no embellecen, exponen. Su obra ha sido, desde los años 70, una bofetada incómoda que nos recuerda que debajo del barniz de la sociedad existe una juventud marginal, errante, desnuda de filtros. Nacido en Tulsa, Oklahoma, en 1943, Clark ha dedicado su carrera a capturar ese universo oculto con una honestidad que incomoda tanto como fascina.




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Infancia entre cámaras y silencios

 

Antes de convertirse en el fotógrafo maldito por excelencia, Larry Clark fue un niño silencioso en un estudio de retratos. Su madre, fotógrafa de profesión, le enseñó desde muy joven a manejar una cámara. Entre sesiones de familias sonrientes y parejas bien vestidas, Clark aprendió lo técnico… pero pronto buscaría lo visceral.

 

La adolescencia le trajo más que rebeldía: drogas, delincuencia, alienación. Mientras otros adolescentes probaban cigarrillos a escondidas, él se inyectaba anfetaminas. Su entorno, sus amigos y sus días eran su universo. No tuvo que inventar personajes: los tenía delante, vivos y rotos.

 

“Tulsa”: cuando el infierno es el vecindario

 

En 1971, el mundo del arte recibió una descarga eléctrica con la publicación de Tulsa. Más que un libro de fotografías, era un testimonio visual cargado de sinceridad brutal. Jóvenes semidesnudos con agujas en los brazos, armas en la cintura, miradas vacías y habitaciones desordenadas. Era la juventud que América no quería ver, fotografiada desde dentro, sin juicio, sin distancia.

 

“Cuando estás metido en algo, puedes fotografiarlo con verdad”, escribió Clark en la introducción. Y eso era lo que hacía diferente a Tulsa: no era el ojo externo de un reportero, era el testimonio visual de un superviviente.

 

El libro se convirtió en un objeto de culto y una bomba ética. ¿Estética de la miseria o arte necesario? El debate no ha cesado desde entonces.

 

Del obturador a la claqueta: el salto al cine

 

El siguiente paso natural fue el cine. Y cuando Larry Clark dio el salto, no perdió ni un gramo de crudeza. En 1995, dirigió Kids, escrita por el entonces joven Harmony Korine. La película retrata un día en la vida de adolescentes neoyorquinos entre skate, sexo sin protección, violencia, drogas y apatía existencial. No hay héroes, no hay redención.

 

El realismo era tal que muchos pensaron que se trataba de un documental. Otros gritaron escándalo. Pero todos la miraron. Kids fue el espejo que nadie quería, pero que todos necesitaban.

 

Le siguieron títulos como Another Day in Paradise (1998), una odisea entre drogas y desesperanza, y Bully (2001), basada en un crimen real entre adolescentes de clase media. Su estilo se mantuvo fiel: cámaras al hombro, actores jóvenes (muchos no profesionales), guiones afilados y una estética sucia, cercana, incómoda.

 

Estética del vértigo: un estilo sin concesiones

 

La obra de Clark es reconocible al instante: blanco y negro contrastado, primeros planos intensos, encuadres desordenados como habitaciones de motel. Más que estética, es actitud. Su forma de mirar es directa, sin metáforas ni eufemismos. La belleza, si la hay, se encuentra en la verdad sin maquillar.

 

No hay glamour en sus adolescentes. Hay carne, sangre, soledad, rabia. Y eso, en un mundo saturado de poses y artificio, sigue siendo revolucionario.

 

Un legado marcado por la controversia y la influencia

 

Larry Clark ha influido a generaciones enteras de fotógrafos, cineastas, artistas urbanos y documentalistas. Su valentía abrió una puerta que antes nadie se atrevía a tocar: la de mostrar a los jóvenes como realmente son cuando el mundo adulto deja de mirar.

 

Su obra no busca agradar, busca despertar. Ha sido censurado, criticado, venerado y malinterpretado. Pero nunca ignorado.

 

El cronista de lo incómodo

 

Hoy, con más de 80 años, Larry Clark sigue siendo una figura incómoda y necesaria. Su cámara ha documentado el lado B de la juventud americana: la que no aparece en comerciales, la que no llena las universidades, la que sobrevive como puede. No es un narrador desde afuera, es un testigo que estuvo allí, que vivió eso, que sangró con ellos.

 

Clark no nos dice qué pensar. Solo enciende la luz. Lo que veamos, depende de nosotros.




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