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Mario Cravo Neto: El Mago de la Luz y la Sombra

Un artista atrapado entre dos mundos

Mario Cravo Neto (1947-2009) no fue solo un fotógrafo. Fue un contador de historias visuales, un alquimista de la luz y la sombra. Hijo del renombrado escultor Mario Cravo Junior, creció rodeado de arte en Salvador de Bahía, Brasil. La influencia de su padre se reflejaría más tarde en su trabajo, donde los cuerpos y los objetos dialogan con una carga escultórica única.

Desde muy joven, Cravo Neto experimentó con distintas formas de expresión artística. Aunque su primera inclinación fue la escultura, pronto descubrió que la fotografía le ofrecía una herramienta única para capturar la esencia de su entorno y sus raíces culturales. Su formación en Nueva York a finales de los años 60, en plena efervescencia del arte conceptual y la fotografía experimental, dejó una huella indeleble en su estilo.





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Blanco y negro: Su universo propio

 

El mundo de Cravo Neto es monocromático. Sus imágenes, mayormente en blanco y negro, destilan una atmósfera mística y ritualista. En ellas, cuerpos desnudos conviven con elementos de la naturaleza: peces, huesos, plumas, máscaras… Cada elemento posee un simbolismo profundo, a menudo ligado a las tradiciones afrobrasileñas del candomblé, religión que influyó enormemente en su obra.

 

El uso del blanco y negro no era una simple elección estética, sino una manera de despojar la imagen de distracciones y centrar la atención en la esencia de los sujetos retratados. A través de esta técnica, lograba resaltar la textura de la piel, la profundidad de las sombras y la carga simbólica de los objetos que acompañaban a sus modelos. Su trabajo es un diálogo constante entre el cuerpo y el alma, entre lo material y lo inmaterial.

 

Retratos que cuentan historias

 

Uno de los rasgos más distintivos de su fotografía es la carga simbólica de sus retratos. No se trata solo de rostros, sino de personajes que parecen parte de un universo sagrado. Sus modelos, muchas veces anónimos, adquieren un aire de deidades o espíritus ancestrales. Sus manos, sus gestos, sus miradas son poesía visual.

 

Las composiciones de Cravo Neto no son casuales. Cada fotografía está cuidadosamente construida para transmitir un mensaje o una sensación. Su relación con el candomblé y la cultura afrobrasileña es evidente en sus imágenes, que evocan rituales, ceremonias y la conexión entre el hombre y lo divino. Sus retratos parecen detener el tiempo, capturando momentos de introspección y espiritualidad.

 

Un accidente que cambió su mirada

 

En la década de 1970, un accidente automovilístico obligó a Cravo Neto a replantear su camino artístico. Incapacitado temporalmente para esculpir, se sumergió por completo en la fotografía. Fue en este periodo donde su estilo se consolidó, encontrando en la imagen fija una forma de esculpir la luz con una precisión casi mística.

 

Este giro en su carrera resultó en una obra mucho más introspectiva y espiritual. La limitación física lo llevó a explorar nuevas formas de expresión visual, enfocándose en la profundidad psicológica de sus sujetos y en la relación entre los cuerpos y los objetos que los rodean. La fotografía se convirtió en su medio definitivo, permitiéndole crear una iconografía personal que trascendió lo meramente estético.

 

Entre Bahía y el mundo

 

Aunque sus raíces estaban en Brasil, su impacto fue global. Expuso en galerías de Nueva York, Berlín, París y São Paulo. Su serie «Laróyé» es una de las más emblemáticas, en la que explora la conexión entre lo humano y lo divino a través de composiciones íntimas y simbólicas.

 

Además de su trabajo fotográfico, Cravo Neto también incursionó en la literatura y la poesía. Publicó varios libros en los que combinaba imágenes con textos reflexivos sobre la vida, la espiritualidad y la identidad. Su obra fue ampliamente reconocida, recibiendo premios y distinciones en diversos festivales y bienales de arte.

 

Legado inmortal

 

Mario Cravo Neto dejó un legado imborrable en la fotografía contemporánea. Su obra sigue siendo estudiada y admirada por su profundidad estética y su conexión con la identidad afrobrasileña. Su universo, donde la luz y la sombra bailan en perfecta armonía, nos invita a mirar más allá de la imagen y encontrar el alma en cada retrato.

 

A día de hoy, su trabajo sigue inspirando a nuevas generaciones de fotógrafos y artistas visuales. Museos y galerías continúan exhibiendo su obra, y sus libros siguen siendo una referencia obligada para quienes buscan entender la intersección entre la fotografía, la cultura y la espiritualidad.

 

Así era Cravo Neto: un visionario, un narrador, un mago de la fotografía. Su arte sigue hablándonos, en silencio, desde la atemporalidad de sus imágenes, recordándonos que la verdadera fotografía no se limita a capturar la realidad, sino que nos invita a mirar más allá, a descubrir lo invisible en lo cotidiano.



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