
Nobuyoshi Araki no fotografía: respira con la cámara. Su obra no se puede reducir al simple acto de registrar imágenes. Cada disparo es un gesto brutalmente íntimo, una confesión, un delirio, una caricia que huele a flor de cerezo y sangre. El mundo fotográfico puede amarlo o detestarlo, pero jamás ignorarlo. Y eso es lo que convierte a Araki en un volcán activo de la cultura visual contemporánea.